Redacción de ‘El Papelerito’
La muerte de Duque no fue repentina ni accidental. Fue lenta, silenciosa y marcada por el abandono. Así lo denunció la asociación civil “Recuperando Amor Pro Bienestar Animal”, al dar a conocer un caso que ha sacudido la conciencia de cientos de ciudadanos en Parral.
Todo comenzó con un reporte alarmante: un perro tirado en el suelo, inmóvil, con un fuerte olor a descomposición, pero aún con vida. Voluntarios de la asociación reaccionaron de inmediato y solicitaron apoyo al número de emergencias. Sin embargo, al llegar al domicilio señalado, se toparon con una barrera que resultó letal: no se les permitió el acceso porque —les dijeron— debía respetarse la propiedad privada, aun cuando un ser vivo agonizaba del otro lado.
La espera fue desesperante. Cada minuto contaba. Cuando finalmente apareció la propietaria y autorizó el ingreso, la escena fue devastadora. Duque yacía en el suelo, incapaz de ponerse en pie, sin fuerzas siquiera para mover las patas. Solo sus ojos, cargados de dolor, daban señales de vida.
La explicación de su dueña fue tan fría como el abandono mismo: confesó haberlo dejado amarrado durante 15 días, sin cuidados, sin atención médica y, aparentemente, sin alimento ni agua. Al regresar y verlo en estado crítico, optó por soltarlo y “esperar a que se acomodara”, sin buscar ayuda veterinaria ni asistencia de ningún tipo.
Duque fue trasladado de urgencia a una clínica veterinaria, donde el diagnóstico confirmó lo que su cuerpo ya gritaba: desnutrición extrema, deshidratación severa, anemia, infestación de larvas y un peso alarmantemente bajo. No podía moverse. Su organismo estaba colapsado. Al intentar alimentarlo, comió con desesperación, pero ya era demasiado tarde. Durante un procedimiento médico, los veterinarios descubrieron que había ingerido pasto y piedras, una señal brutal del hambre que soportó.
Pese a los esfuerzos médicos y al cuidado que recibió en sus últimas horas, Duque no resistió. Murió acompañado, no en la soledad en la que fue condenado a sobrevivir durante días.
La asociación señaló que este caso no solo duele: indigna. Porque refleja una crueldad que muchas veces pasa desapercibida, normalizada y sin consecuencias. Porque exhibe vacíos en la respuesta institucional cuando una vida animal está en riesgo. Y porque recuerda que el silencio también mata.
“Que la historia de Duque no sea una más”, pidieron los rescatistas. Que su muerte sirva para denunciar, para exigir justicia y para no voltear la mirada ante el maltrato animal.
Duque ya no está. Pero su historia permanece como un llamado urgente: denunciar salva vidas. Y no hacerlo, las condena.



