Redacción de ‘El Papelerito’ / Imagen de una unidad oficial del Ejército Mexicano durante la visita de la presidenta Claudia Sheinbaum
Salir de la Sierra Tarahumara no siempre es solo un trayecto: a veces es una prueba de nervios. Tras la visita de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo a la comunidad de Santa Tulita, en la región conocida como Mala Noche, el recorrido de regreso dejó al descubierto una realidad que no se observa desde el aire.
Al abandonar el poblado por caminos de terracería rumbo a Guachochi, el primer encuentro fue revelador: un punto de vigilancia no oficial, integrado por hombres armados, apostados en la brecha como si se tratara de un retén establecido. No hubo amenazas ni gritos. Solo indicaciones secas sobre qué camino seguir. El mensaje, sin embargo, fue claro: alguien más controla el territorio.
La escena no fue aislada. Conforme el trayecto avanzó entre los límites de Guadalupe y Calvo y Guachochi, aparecieron más unidades con ocupantes armados, observando, vigilando, presentes. Todo esto en una región donde la violencia no necesita anuncios: se manifiesta en vehículos calcinados, casas marcadas por ráfagas y restos metálicos abandonados a la orilla del camino.
Viajar por esta zona implica una carrera contra el tiempo. La noche multiplica los riesgos y reduce las opciones. Quien entra a la sierra sabe que, una vez iniciado el camino, no hay rutas alternas ni margen de error.
El desplazamiento tuvo como objetivo cubrir el evento en el que la presidenta entregó tierras a familias Ódamis, un acto social relevante, pero el entorno contrastó con la narrativa oficial. Desde El Vergel en adelante, la presencia del Ejército y personal federal se hizo evidente, reforzada por la visita de la mandataria. Aun así, el control territorial no pareció alterarse.
Entre Guadalupe y Calvo y Baborigame, la carretera muestra cicatrices: explosiones pasadas, viviendas vacías que siguen en pie solo por inercia, y vehículos desmantelados que parecen advertencias silenciosas. En Baborigame, el ambiente es tenso. Las calles sin pavimentar están dominadas por camionetas de gran tamaño, muchas sin placas, adaptadas para resistir brechas y pendientes.
Cuando el evento presidencial concluyó, el contraste fue inmediato. El cielo se llenó de aeronaves oficiales. En minutos, funcionarios y autoridades dejaron atrás la sierra para volver a ciudades con asfalto, servicios y seguridad institucional. Para los habitantes —y para quienes recorren la zona por tierra— la historia es distinta.
El regreso se replanteó para reducir riesgos y evitar tramos más deteriorados. Sin embargo, incluso al tomar una brecha alterna hacia Güerachi, volvió a aparecer la misma postal: vigilancia armada no gubernamental, vehículos modernos, radios encendidos y fusiles visibles. No fue un hecho aislado, sino un sistema de control activo.
En Baborigame, los propios pobladores cuestionan la logística de la visita presidencial. Señalan que la mandataria llegó en helicóptero directamente al punto del evento y se preguntan por qué no recorrió por carretera los 67 kilómetros que separan a la comunidad de la cabecera municipal, un trayecto que puede tomar hasta cuatro horas por el mal estado del camino.
La sierra, dicen, se entiende mejor desde abajo. Desde el polvo, las brechas y el silencio que imponen quienes mandan sin nombramiento oficial.



