Editorial El Papelerito
Con todo y los 213 millones de pesos invertidos en el Subcentro Centinela en Parral y las patrullas con un toque rosado que donó la gobernadora del Estado, Maru Campos Galván, es evidente la falta de resultados en materia de seguridad en la Capital del Mundo – que no de lo bueno – lo que, a decir de algunos, desata sospechas sobre la posibilidad de colusión con malas prácticas en la administración local.
En Chihuahua, el programa «Centinela» ha demostrado su valía al contribuir en la identificación de sospechosos, por ejemplo, en el asesinato de un custodio de valores; las persecuciones para dar y atrapar a ladrones de automóviles y hasta asesinos de choferes de plataformas como DiDi y Uber, con una colaboración, si bien no perfecta, sí efectiva entre las fuerzas municipales y estatales que han derivado en resultados positivos. Sin embargo, en Parral, la historia es muy diferente.
La presencia de cámaras del proyecto «Centinela» en Parral no han demostrado ser una garantía de seguridad y eficacia. La falta de pistas significativas en el caso de un asesinato frente a una torre en la que están instaladas en el barrio del Topo Chico, afuera de la Deportiva Vanessa Zambotti, por ejemplo, deja una sombra de incertidumbre que se profundiza cuando se observa la aparente falta de voluntad del Ayuntamiento para cooperar con las autoridades estatales y utilizar eficazmente las herramientas disponibles para resolver crímenes y garantizar la seguridad.
Esta discrepancia no puede ignorarse. Las dudas que surgen plantean la interrogante de si existe una complicidad implícita o incluso explícita que obstaculizan la justicia y Presidencia no se toma en serio el delicado tema.
Sobre las patrullas, se nota también una discrepancia entre las “rosadas” y las abandonadas que yacen en talleres en un estado de descomposición agonizante, porque las nuevas que se pintaron hasta de naranja y las que todavía quedan buenas de las pick up grandes, resguardan a ya-saben-quien.
Otras unidades se encuentran en un estado de deterioro que las hace más semejantes a un deshuesadero de refacciones que a un taller de mantenimiento y, la diferencia entre las rosas que donó el Estado y las municipales, es evidente, de tal forma que ¿Cómo se puede esperar que la comunidad confíe en la seguridad cuando las herramientas más básicas para su protección se encuentran en un estado deplorable?