Redacción de ‘El Papelerito’
La reapertura de la avenida Zaragoza no llegó por planeación ni por cumplimiento de plazos, sino empujada por el hartazgo social, luego de que, tras semanas de calles cerradas, promesas incumplidas y afectaciones económicas a comerciantes, el Ayuntamiento de Parral anunció que la vialidad volvió a operar; sin embargo, para vecinos y negocios del sector, el anuncio oficial llega tarde y no borra una realidad que desmiente el discurso del alcalde Salvador Calderón.
El punto de quiebre ocurrió luego de que en redes sociales circulara un reclamo directo: el 12 de diciembre —fecha límite que el propio alcalde había marcado— las obras seguían inconclusas. Mientras en la Zaragoza y la Segunda del Rayo ya se había vertido concreto, la calle Centenario permanecía convertida en un tiradero de tierra, sin fecha clara de inicio. Aun así, tramos ya encementados continuaban cerrados, impidiendo el paso y asfixiando la actividad comercial.
Los comerciantes fueron claros: las rentas, sueldos y servicios no se suspenden aunque el Municipio mantenga las calles bloqueadas durante meses. Exigieron explicaciones y una ruta para resarcir pérdidas. Ante el silencio oficial, advirtieron una manifestación con fecha y hora: el jueves 18 de diciembre, con el cierre de la refaccionaria ubicada en el boulevard Ortiz Mena, propiedad del presidente.
“No es amenaza, es consecuencia”, aclararon los potenciales manifestantes y, un día después de que ese mensaje se viralizara, el Gobierno Municipal informó la reapertura de la calle Zaragoza y la reactivación del semáforo, destacando una inversión superior a los dos millones de pesos y llamando a la ciudadanía a conducir con responsabilidad.
El comunicado omitió cualquier referencia al malestar social, a las fechas incumplidas o a la situación de otras calles que siguen cerradas o sin intervención visible.
Para los afectados, la coincidencia es evidente: la calle se abrió cuando la protesta tomó forma. Más aún, recuerdan que semanas atrás el propio alcalde minimizó públicamente la advertencia de los comerciantes, restándole importancia a la posibilidad de manifestaciones en Refaccim y asegurando que los trabajos estarían listos en tiempo. No ocurrió así.
El episodio vuelve a colocar en el centro del debate la forma de gobernar de la actual administración: anuncios que no se cumplen, fechas que se mueven sin explicación y decisiones que solo se aceleran cuando la presión social escala.
Mientras la Zaragoza vuelve a tener paso vehicular, el fondo del problema persiste: la Centenario y la Segunda Del Rayo siguen sin abrirse y otras vialidades continúan cerradas y no existe un plan público para compensar a quienes han cargado con el costo de obras mal calendarizadas.
La reapertura, celebrada por el Municipio, es leída por los ciudadanos como una concesión tardía. Para comerciantes y vecinos, el mensaje es otro: cuando la autoridad no escucha, la calle —literal y figuradamente— se convierte en el único espacio para exigir cuentas.



