La violencia volvió a recordarle a Parral quién manda… y no es el Municipio. La noche del sábado 15 y la madrugada del domingo 16 de noviembre fueron otro recordatorio incómodo de que Chava Calderón y su recién estrenado director -¿Interino?- de Seguridad Pública, Martín Chaparro, no operan la estrategia: apenas la observan desde la banca. Y ni siquiera toman nota.
Mientras la ciudad se estremecía por hechos violentos —incluido el hallazgo de un hombre ejecutado con un narcomensaje literal incrustado con una navaja en el cuerpo— el Ayuntamiento presumía, unas horas antes, un boletín enviado a las 10:49 de la noche, fanfarroneando que el alcalde había instruido un “megaoperativo” para blindar los accesos a Parral.
El comunicado, digno de sátira, pretendía vender la idea de coordinación entre Ejército, AEI y la Policía Municipal… como si las fuerzas federales y estatales le reportaran al director de Seguridad Pública o al presidente municipal.
La realidad los desmintió en tiempo récord: ¡cuatro horas! Sí, cuatro horas después del boletín triunfalista, Parral tenía un ejecutado, un mensaje del crimen organizado y la confirmación de que ese “megaoperativo” fue tan efectivo como el resto de la estrategia de seguridad municipal: nulo, reactivo y reducido a la narrativa de un comunicado dormido en los archivos de prensa.
A eso se sumó un nuevo episodio del desorden cotidiano: el robo de un vehículo en la Héroes de la Revolución, la huida torpe, el choque en San Uriel… y todo sin que la autoridad municipal pudiera intervenir de manera efectiva. La policía, absorbida en su propia crisis interna, se limitó a llegar después del desastre. Como siempre.
Porque, hay que decirlo: la violencia en Parral tiene dos carriles, y ambos están sin control, y ninguno es el de Santa Teresa, y en ninguno corren caballos: Uno es más bien el del crimen organizado, que opera con la tranquilidad que sólo da un gobierno local desarticulado, y el otro es el de la delincuencia común, que encuentra una corporación distraída en pugnas internas, cuotas ilegales, mandos intocables y un segundo comandante señalado por acoso sexual que está de regreso en el cargo como si nada.
Dos vías del caos que terminan en el mismo punto: la total incapacidad del alcalde y su director para sostener el orden mínimo. Esto no es nuevo. En este mismo espacio hemos documentado cómo Seguridad Pública se convirtió en un desorden administrado donde cada quien juega para su lado: cuotas que no se reportan, jueces calificadores que trabajan bajo acuerdos en lo oscuro, mandos protegidos por padrinos estatales, acoso tolerado y una cadena de corrupción que Chaparro no puede —o no quiere— controlar.
Y es que, insistimos, el problema no es quién se sienta en la silla del director, sino quién realmente manda en la corporación. Y sabemos que no es el alcalde. Por eso resultó grotesco que, en plena crisis ¡y en pleno Buen Fin! la administración intentara colgarse medallas federales y estatales. Parral vive un repunte visible en robos, desapariciones, violencia y accidentes —según Ficosec— y el Municipio responde con boletines de utilería.
Chava Calderón y Martín Chaparro operan como espectadores, narradores del desastre y no responsables de corregirlo, porque en un gobierno con estrategia, un operativo se mide por resultados, no por comunicados. En Parral, la comunicación llegó antes que la acción, y la realidad llegó antes que la mentira.
Las balas desmintieron al boletín, el miedo desmintió al optimismo inventado y todo desmintió, una vez más, al gobierno de Chava Calderón. Lo verdaderamente grave es que ya se volvió costumbre. Y el tiro de gracia es el anuncio que hizo Gilberto Loya Chávez, secretario de Seguridad Pública del Estado, en el sentido de que, este martes, sesionará la Mesa de Seguridad en Parral tras el fin de semana extremadamente violento.
¿Por qué tiro de gracia? Porque no es, para nada, motivo de orgullo, que lleven esas reuniones a un municipio, menos sin haber estado previamente programada, sino con una itinerancia improvisada que obedece a la presión que generan los propios acontecimientos. Cuando una Mesa de Seguridad llega “de emergencia”, no es símbolo de respaldo: es la confirmación de que el problema ya se les salió de las manos.
Y mientras las autoridades se toman la foto y hablan de coordinación, la realidad es que llegaron tarde, sin estrategia clara y únicamente porque la violencia les reventó en la cara.



