Con diez meses en el poder, la actual administración municipal de Parral ha alargado su curva de aprendizaje, misma que cobró una muy alta factura en las Jornadas Villistas, lo que sugiere que algunos desaciertos son ya demasiado costosos, tanto en reputación como en recursos y, sobre todo, en la confianza ciudadana, como para atribuírselos al simple “acomodo de un equipo nuevo”.
La rifa de la motocicleta fue, quizá, la polémica más sonada, debido a que el director de Cultura se ganó una BMW G 310 GS sorteada en un evento que, en un principio, parecía que organizaba el Municipio, aunque después se aclaró que fue el Motoclub Pancho Villa, pero el daño ya estaba hecho.
¿Casualidad o falta de visión de prevención? La polémica no es tanto que Charly Silva participara, sino que la reacción oficial tardó en llegar y, cuando vino, se limitó a explicaciones tibias. Peor aún, lejos de limpiar la imagen, el asunto dejó en evidencia la ausencia de un manual de ética y la falta de criterio para prever la percepción ciudadana.
Sigue ausente la figura del manejo de crisis que debe venir desde el mismo lugar de donde se envían los boletines de prensa.
Por otro lado, la Cabalgata Villista es el corazón tradicional de estas fiestas, un elemento definitorio de la identidad parralense, y cambiar la ruta sin una campaña de difusión adecuada ni coordinación vial, acabó causando embotellamientos, confusión y hasta quejas de comerciantes que vieron cómo el paso de miles de jinetes bloqueó accesos a sus locales. Dicen que fue para mejorar la logística, pero el resultado fue justo lo contrario: un municipio detenido, un desfile sin brillo y el evidente descuido de la experiencia de vecinos y visitantes.
Como dijera Raúl Velasco: «aún hay más» y los montos que se pagan por los artistas, desde espectáculos gratuitos hasta el cierre de la feria, levantaron sospechas que tampoco se dilucidaron con firmeza. Con cifras millonarias en juego, la sospecha no es menor: ¿por qué paga Parral mucho más que ciudades del mismo tamaño? La falta de transparencia en las licitaciones y cotizaciones —aún no aclaradas oficialmente— ha minado la fe de los contribuyentes, que ven cómo el dinero público financia conciertos que quizá no correspondan al nivel real de la plaza ni al poder adquisitivo local.
Y bueno, una desorganización generalizada que incluyó un cúmulo de accidentes viales, fallas en el operativo de seguridad, invasión de áreas VIP del Foro Villista, carencia de señalización y la reacción desigual de cuerpos de auxilio, todo exhibiendo un relato común: no hubo un plan maestro que contemplara riesgos, protocolos y responsabilidades. Lo vemos todo el tiempo: se anuncian medidas y, al primer tropiezo, se apagan los reflectores y se eluden las preguntas.
La verdadera prueba no es cuántos jinetes cabalguen por el centro; es la calidad de los eventos, la prevención de riesgos, la rendición de cuentas y la vocación de servir. Si en estos diez meses no han logrado afinar procesos básicos ¿qué les y nos depara el resto del trienio?
Que la novedad no sirva como excusa para encubrir errores. Que la curva de aprendizaje no se traduzca en desgaste innecesario. Y que, si el legado de estas Jornadas Villistas 2025 ha sido el caos más que la tradición, sea el inicio de un cambio verdadero: menos espectáculo vacío y más efectividad real.
