La sinceridad que le nació del corazón al presidente municipal de Parral, al confesar ante cámaras y micrófonos lo que ya todos sabíamos: que el exalcalde Lozoya tenía a su servicio a oficiales preventivos en patrullas oficiales y en horarios hábiles, le ha desatado a César Peña una especie de mala suerte como cuando se quiebra un espejo, para aquellos que son supersticiosos.
Si a eso le sumamos la evidenciada que no le dio la oposición, sino la madre naturaleza por medio de la lluvia, sobre la pésima calidad del pavimento aplicado que no duró ni 10 meses y que pudo haber sido menos si el verano no hubiese sido tan seco, nadie quisiera en estos momentos – ni en otros – estar en los zapatos (y no en los de charol) de Peña Valles, ni andar en la Suburban blanca cuyos asientos y pasajeros han sido testigos de las malpasadas del edil, y no de hambre, sino emocionales.
El haber evidenciado al patrón le costó una llamada que le sacó las de cocodrilo por la fuerte reprimenda que recibió del que ostenta el verdadero poder tras el trono. La montaña rusa en la que se navega César no le ha sacado canas verdes, pero sí lágrimas verdaderas por su impertinencia de tener conectado su dispositivo móvil al sonido de la camioneta y peor aún, no activar el modo privado al momento de atender el teléfono y más si se trataba de ese interlocutor cuyo mensaje no se puede reproducir en este espacio, pero imagínese nomás qué le habrá dicho.
Es una oportunidad de oro la que desperdició Peña y una traición a la confianza de los parralenses que le creyeron y le querían bien desde su paso por la cabina de radio y que, ingenuamente pensaron que desempeñaría un papel honroso en el máximo cargo que se puede ostentar en la ciudad y que pudo haber pasado a la historia como la primera persona que le daría el poder a Movimiento Ciudadano, pero no de esa forma, no así.
Cuando todavía no se enfría el tema de Seguridad Pública, le llega otra papa más que caliente, hirviendo, a las manos del presidente: el fraude del que fue partícipe con el recarpeteo del periférico Luis Donaldo Colosio. Una obra que debería durar, por lo bajito, 10 años con su debido mantenimiento, y no 10 meses con una repavimentación que, dicho sea de paso, le costará a los parralenses, no a la empresa ganona de la licitación porque la casa no pierde, nunca lo hace.
Cuando César Duarte convirtió a Miguel Jurado Contreras en candidato a la alcaldía por el PRI, disfrazado del PT, todo el priismo le reclamó lo que había hecho y algunos hasta lloraron, literalmente, en súplica para que reculara en su decisión, a lo que el exgobernador les respondió que con llanto no se ganaban elecciones. La misma respuesta podría aplicársele a César Peña: con llanto no se resuelven los problemas, pero cuando se tiene embargada hasta la dignidad, y a un año de que termine el trienio más desorganizado de la historia, por no hacer uso de otros calificativos, se antoja difícil, casi imposible que el alcalde de membrete pueda rescatar algo. Si es que algo le queda.