Redacción de ‘El Papelerito’
Durante semanas, Salvador Calderón aseguró —una y otra vez— que la Dirección de Seguridad Pública era “una de las áreas más estables” de su administración y que su titular, Alejandro González Arzaga, no se movería “ni tantito” del cargo. Lo repitió en entrevistas, en pasillos y ante quien quisiera escucharlo. Pero la realidad lo alcanzó: la salida de González Arzaga sí estaba en curso y terminó concretándose, dejando en evidencia que el alcalde no decía la verdad… o que ya no controla ni su propio gabinete.
Al final, quien tomó la estafeta como director interino fue Martín Chaparro, tal como se anticipaba. Las piezas se acomodaron justo como se había advertido, a pesar de los intentos por esconder la jugada. Incluso se prestó el espectáculo de incluir al primer comandante, Óscar Chavira, en una terna que nunca fue real. El resultado ya estaba escrito: Chaparro era el elegido. El problema nunca fue quién se sentara en la silla, sino quién realmente mandaba en el cuartel.
Esta no fue la primera vez que Chava Calderón negó movimientos que terminaron siendo inevitables. Antes lo hizo con las dos directoras de Obras Públicas; en ambos casos juró que no se irían… y terminaron fuera. Y así, uno por uno, ya son casi 25 cambios en el gabinete, todos motivados por la misma razón: nadie quiso o pudo subordinarse a los hermanos Calderón, quienes desde el inicio se adueñaron de la administración sin cargo público ni atribuciones legales.
Los hermanos del alcalde han dado órdenes, manipulado proyectos, definido proveedores y operado como contratistas disfrazados. El caso más visible es el de Beto Calderón, quien ha utilizado vehículos oficiales a pesar de no pertenecer a la nómina municipal. Bueno, al menos no a la oficial, ¡porque al presupuesto vaya que tiene acceso
Aun así, se convirtió en el director de Obras Públicas de facto, moviendo recursos, decisiones y contratos como si el Ayuntamiento fuera empresa familiar.
Mientras el gobierno local se consumía entre pleitos internos y acomodos forzados, la inseguridad siguió igual de tosca: desaparecidos, robos de vehículo, robos a casa habitación —medidos puntualmente por Ficosec— y un aumento doloroso en suicidios para los que no existe un solo programa serio de prevención. El discurso de paz y estabilidad no resistió ni los datos ni las calles.
El relevo en Seguridad Pública ya ocurrió, pero no resuelve el verdadero problema: no importa quién firme como director, quién aparezca en la foto o quién reciba el nombramiento. El verdadero poder sigue en otro lado. Y mientras eso no cambie, cada nuevo funcionario se encontrará con la misma realidad que derribó a los anteriores.
