En el fútbol, un portero tiene la misión clara: detener los goles, proteger la portería y mantener a su equipo en juego. En la administración de Salvador Calderón, esa figura existe, pero funciona justo al revés. Martín Chaparro, asesor personal del alcalde, le ha sido vendido la idea de que él es el “guardameta” capaz de amortiguar críticas y golpeteos políticos.
La realidad es que no tapa nada; más bien, él mismo genera los goles en contra, y el único que sufre las consecuencias es el presidente municipal. Desde su incorporación, apenas tres días antes del cierre de campaña, Chaparro impuso su influencia como si hubiera sido el cerebro de toda la estrategia de Chava. Trescientos sesenta y cinco días después, el saldo es evidente: un gobierno en constante crisis, con un gabinete fracturado y más de veinte funcionarios que han renunciado o cambiado de puesto.
Directores de Seguridad Pública, Desarrollo Económico, Obras Públicas y hasta la tesorera municipal han salido, dejando a su paso cuestionamientos sobre la estabilidad y la transparencia del municipio. Los métodos de Chaparro son tan cuestionables como efectivos para desestabilizar: instalación de cámaras y micrófonos ocultos en la sala de juntas, redacción de discursos para regidores a modo, filtración selectiva de información y control absoluto sobre qué medios son “aceptables” y cuáles merecen desdén. Todo con la promesa de que está protegiendo al alcalde, cuando en realidad lo que hace es exponerlo más.
Su paso por Santa Bárbara como Oficial Mayor ya había dejado sombras sobre su historial: nóminas fantasma y posibles desvíos de recursos, antecedentes que no parecieron importar a Calderón.
La nómina inflada, los aviadores y la manipulación de la Contraloría Interna son solo la punta del iceberg.
Chaparro ha conseguido que se cuestione la legalidad de la administración, que el Cabildo se vea limitado y que los medios locales enfrenten obstáculos para acceder a información pública. Todo bajo la narrativa de un “control estratégico” que solo existe en su cabeza y que el alcalde ha aceptado sin cuestionar.
El resultado es un gobierno que, en apariencia, cumple con los protocolos, pero que en la práctica está en modo de supervivencia política. Cada conflicto, cada renuncia, cada filtración y cada incidente mediático puede rastrearse hasta la sombra autoritaria de Chaparro. Y mientras tanto, Calderón sigue convencido de que su “portero estrella” está protegiéndolo.
La verdad es más cruel: el gol que Chava recibe siempre lo marca Martín Chaparro (con algunos pases de Nora). En el campo político de Parral, este portero que no detiene nada ha logrado lo que ningún oponente político: dejar al alcalde a la vista de todos, vulnerable y sin defensa.
La pregunta que queda flotando entre pasillos y redes es clara: ¿seguirá Calderón cegado ante la evidencia o finalmente comprenderá que el hombre que prometía protegerlo es, en realidad, quien le provoca más goles? La respuesta podría ser un «no creo», si hasta lo consideró ya quien lleve las riendas de la corporación policiaca municipal. ¡Imagínese a Chaparro de director de Seguridad Pública con la prepotencia que se carga y con un poder como ese!