El gobierno de Salvador Calderón en Parral insiste en repetir, casi como un mantra, que respeta la libertad de expresión y que mantiene un compromiso con la transparencia. Lo hizo otra vez en un comunicado reciente donde habla de “diálogo”, “respeto” y “responsabilidad social”. La realidad, sin embargo, lo desmiente todos los días.
El alcalde ha construido una relación tóxica con la prensa local, marcada por la desconfianza, el enojo y la descalificación. Lo mismo reclama a los reporteros por cuestionar sus acciones —cuando él mismo reconoce que mantiene convenios con varios medios—, que amenaza con “castigarlos” retirándoles esos convenios “para que aprendan”.
En público se presenta como “Chava”, el alcalde cercano, pero no tolera que la prensa use ese mismo mote que él promueve en redes sociales. Los ejemplos sobran. En una primaria, con periodistas presentes, se atrevió a decirles a los niños que no siguieran los “malos ejemplos” de los reporteros de Parral, lo que valió un extrañamiento, incluso, del Foro de Periodistas de Chihuahua que, a Chava, le entró por una oreja y le salió por la otra.
En su Primer Informe, un micrófono abierto lo traicionó y dejó escuchar cómo se refería con burlas y altisonancias a un medio crítico. Y en corto, no ha dudado en amagar directamente a comunicadores incómodos: a uno lo subió a su Suburban para “ajustar cuentas” verbalmente; a otro le ofrecieron un convenio con pago por adelantado a cambio de moderar su línea editorial. Ninguna de las dos estrategias funcionaron. Nadie le compra sus actitudes alucines.
Detrás de esta política de confrontación está un operador clave: Martín Chaparro, asesor personal de Calderón. Es él quien decide qué medios entran en gracia y cuáles deben ser marginados. A todos se refiere de manera despectiva, y a través de la directora de Comunicación Social, Yahaira Jurado —quien ha admitido que no tiene margen de decisión propia—, se ejecuta esa lista negra. De hecho, ya eliminaron a varios medios de los grupos de difusión de WhatsApp, dejando claro que la “apertura” del gobierno municipal depende del humor del asesor y no de reglas institucalucinas.
Lo más irónico es que el enemigo lo tiene dentro de casa. Desde la propia área de Comunicación Social se filtra información sensible a periodistas críticos, quienes terminan ganándole las notas al mismo gobierno y utilizan los datos para el golpeteo. Un síntoma claro de desorden interno, improvisación y descontento hasta dentro de su equipo.
Salvador Calderón quiere controlar el relato público, pero termina atrapado en sus contradicciones. Dice defender la libertad de expresión mientras reprime, censura o se burla de los medios. Se ostenta como alcalde de puertas abiertas, pero gobierna con listas negras y amenazas veladas. Lo cierto es que, en lugar de fortalecer su figura, esta guerra personal contra la prensa solo desgasta su imagen y exhibe su incapacidad de asumir la crítica como parte de la vida democrática.
Lo peor de todo es que Calderón asegura no estar enterado de esos malos tratos cada vez que le truena en las manos, lo que resulta más alarmante, pues de ser cierto, confirmaría el secreto a voces de que no tiene control sobre su equipo, y de no ser así, es decir, que lo utilice como estrategia para deslindarse tipo «policía bueno/policía malo», significaría que, además de no tener dominio, sería también mentiroso.