En una ciudad tranquila como Parral, la nula estrategia de seguridad ha convertido lo que debería ser un refugio de paz, en un escenario de miedo y desesperación. Las autoridades, paralizadas por un líder distante y apático, no pueden hacer frente a la creciente ola de crímenes que azota a la comunidad, no por no querer, sino por no poder y esto último tampoco es por falta de capacidad, sino porque sus asignaturas están en otros lados que no son públicos, sino privados. En esta inacción forzada, las voces de la ciudadanía quedan sofocadas y desatendidas.
César Peña, a quien llamaremos «presidente», ocupa su cargo con una indiferencia desconcertante que parece estar más interesado en actividades triviales que en abordar los problemas urgentes del pueblo que ¿gobierna? Mientras el clamor es por seguridad y protección, él se preocupa por asuntos de menor impacto y desoye los cuestionamientos sobre Seguridad Pública.
La situación se torna aún más sombría cuando se considera la actitud negligente hacia los elementos de la corporación. Los reportes de abusos cometidos por miembros de las fuerzas del orden estremecen a ciudadanos inocentes, cuya confianza en la protección de su ciudad debería ser inquebrantable, por el contrario, están atrapados en un ciclo de violencia y miedo en manos de quienes deberían protegerlos. Esta serie de incidentes no solo hiere a los individuos, sino que también erosiona la fe en el sistema y profundiza la brecha entre la ciudadanía y las autoridades.
Los robos se multiplican en las calles de Parral, según datos de FICOSEC, alimentados por la impunidad y la falta de acción. Los residentes temen por su seguridad y sus propiedades, mientras que los delincuentes se sienten empoderados por el vacío que causa la ausencia de un liderazgo eficaz. Ya hay comerciantes que cierran sus puertas temprano y padres nerviosos por sus hijos que, inquietos por la edad, salen a divertirse con el riesgo de caer en un retén y ser víctimas de extorsiones o agresiones, más allá de la aplicación de la ley en caso de cometer alguna falta al bando de policía y buen gobierno. El tejido social de la comunidad se desintegra gradualmente.
La situación en Parral es un recordatorio conmovedor de la importancia vital de un liderazgo comprometido y eficaz en tiempos de crisis. Una ciudad puede ser moldeada por las acciones y decisiones de quienes tienen el poder de influir en su destino. No se trata solo de quererse colgar medallitas o realizar actividades superfluas; se trata de tomar medidas audaces para garantizar la seguridad, la paz y la prosperidad de todos los ciudadanos.
El tiempo apremia, las voces que claman por un cambio y una acción enérgica, pero no contra los habitantes, sino contra quienes tienen secuestrada a Seguridad Pública, desde donde gritan en el desierto los mismos agentes, hartos de tanto, hartos de todo. Ninguno puede exponerlo, no más allá del anonimato, pues perderían su trabajo.
Peor aún es que no hay a quien acudir para pedir auxilio, pues el fiscal carnal, César Jáuregui, ya demostró de qué lado está y no es con los ciudadanos, así que no habrá acción alguna aún y cuando lo mandate la gobernadora del Estado.
La ciudadanía merece algo mejor que una marioneta.